LOS DESAFIOS ACTUALES DE LA DEMOCRACIA
Los desafíos actuales de la democracia
El progreso de la democracia, como bien ilustra la historia, no ha sido
lineal ni sencillo. Por el contrario, para consolidarse ha tenido que encarar
múltiples retos, algunos planteados desde fuera y otros desde el interior mismo
de la democracia. Para enfrentarlos y eventualmente superarlos, la democracia
cuenta con un recurso del que difícilmente disponen otras formas de gobierno:
el ejercicio de la crítica. Es decir, la democracia es una producción de la
modernidad a la que le es consustancial la autorreflexión.
Por
ello debe apreciarse el pensamiento crítico, más aún cuando procede con la
seriedad y la solidez conceptual de que hace gala el doctor Michelangelo Bovero
en esta Conferencia Magistral, organizada por el Instituto Federal Electoral y
ofrecida en la Universidad de Guanajuato con el sugerente título de "Los
desafíos actuales de la democracia".
Tomando
como objeto de análisis los recientes acontecimientos político-electorales en
Italia, su país natal, el doctor Bovero explora una compleja relación política
de fundamental actualidad: la que se establece entre los medios de comunicación
y la democracia. Pero el análisis y sus conclusiones no sólo conciernen al
desarrollo político de la península itálica sino, como el mismo Bovero afirma,
son útiles para identificar y comprender los desafíos que todas las democracias
pueden, y de hecho enfrentan, en la actualidad.
Partiendo
de las aportaciones de la filosofía política clásica, el doctor Bovero
distingue el poder político del económico y del ideológico-cultural, distinción
que corresponde a esferas distintas y relativamente autónomas en las que se
funda el Estado representativo moderno, con la separación entre el Estado y la
sociedad o entre la esfera de lo público y la de lo privado. No obstante,
Bovero constata en Italia, como en otros países, procesos en curso que parecen
borrar la distinción entre los poderes, una de cuyas consecuencias es "una
confusión entre el poder político y el poder económico que coincide
materialmente con el control de relevantes medios de información y de
persuasión, esto es, con una forma de poder ideológico". Tales procesos
-afirma Bovero- representan un desafío a los fundamento a los fines ya los
procedimientos de la democracia.
¿Cómo
enfrentar, desde la democracia, esos desafíos?
Una
de las principales dificultades -asegura el autor- es la incultura, el
analfabetismo político en el que se ha precipitado o ha sido mantenido un gran
número de ciudadanos. De ahí la importancia de fomentar la formación y la consolidación
de ciudadanos informados, que ejerzan con responsabilidad y con autonomía de
criterio sus obligaciones y sus derechos políticos y electorales.
A
dicho propósito justamente, el de contribuir a la divulgación de la cultura
política económica, está dirigida la presente publicación, tercer numero de la
serle Conferencias Magistrales".
INSTITUTO FEDERAL ELECTORAL
Los
desafíos actuales de la democracia
Los
análisis que a continuación presentaré se inspiran en una reflexión sobre las
monstruosas vicisitudes de la política italiana de los últimos dos años. Se
trata de un caso único en la historia de la política mundial. Por primera vez
en el mundo, hay que subrayarlo, un grupo de presión no se limitó precisamente a
ejercer presión sobre los detentadores del poder político sino que se lanzó a
la conquista del poder mismo. Una gran empresa económica, en el corazón de la
civilizadísima Europa, no sólo pretendió determinar al gobierno -como pasaba en
los tiempos de la United Fruit, en ciertas zonas de la América latina- sino que
pretendió convertirse en el gobierno mismo. Y lo logró, ya que se trata de una
empresa sobre todo televisiva: el gran holding de Silvio Berlusconi, la
Fininvest, ha fundado su imperio económico y financiero sobre un cuasimonopolio
de la televisión privada. Dicha empresa ha hecho uso y abuso de este medio para
su propio provecho. Con un gran éxito Noam Chomski, en la breve introducción a
la edición italiana de sus ensayos sobre el Manufacturing Consent escribió en
septiembre de 1994: "Lo que está sucediendo en estos tiempos en Italia es
casi una caricatura de las tendencias que he analizado". El escritor
francés Paul Virilio definió el ascenso de Silvio Berlusconi al poder como
"un golpe de Estado mediático (es decir, hecho gracias a los medios de
comunicación)". Alguien habló, sin exagerar, de "telefascismo".
No
se trata solamente del hecho, de suyo gravísimo, de que los fascistas
regresaron al poder en la composición del gobierno Berlusconi, lo cual ya
sugiere preocupantes reflexiones sobre la oleada de derecha radical que parece
difundirse en el mundo. Este es solamente el primero de los factores que deben
reclamar la atención y la alarma sobre el caso italiano. El segundo factor
alarmante consiste en el hecho de que la más grande concentración de medios
televisivos y de información se movilizó en una campaña electoral en favor ya
no de una tendencia política o de un bloque de intereses sino directamente de
su propietario: en pocas semanas fue construida una fuerza política en las
oficinas publicitarias de una empresa y fue lanzada al mercado con las mismas
técnicas con las que se lanza un producto comercial. De esta manera la
comunicación política y la organización del consenso asumieron las formas y las
técnicas del marketing y de la publicidad, además en un sistema de
cuasimonopolio. Pasamos de la política-espectáculo al espectáculo como
política. El tercer factor inquietante es todavía más peligroso: el ascenso
directo al poder político de un partido-empresa y de su dueño provocó una
enorme concentración de poderes de orden económico, ideológico y político en
una sola persona y en su propio grupo, pasando por alto cualquier cuestión de
conflicto de intereses.
Así
pues, asistimos al monstruoso nacimiento de un gobierno-empresa basado en el
apoyo parlamentario de una empresa-partido (la llamada Forza Italia) y
acompañado de aliados poco recomendables (la Liga Norte y los fascistas). En
síntesis: una gran empresa se convirtió en partido político, el grupo dirigente
de la empresa, transformado en grupo político, se sienta en el parlamento como
partido de mayoría relativa, y está compuesto por personas que continúan siendo
empleados de un empresario que, sin dejar de ser tal, se convirtió en jefe de
gobierno.
La reflexión sobre esta situación, sobre su génesis y desarrollo posible me indujo a elaborar algunos instrumentos conceptuales sobre el tema más general de la confusión de poderes y sobre los peligros que ella conlleva para la democracia. Se podría pensar que el italiano es un caso límite, pero yo creo, en cambio, que en sus raíces se encuentran tendencias políticas y sociales difundidas en todo el mundo, aunque en diferentes formas y medidas. La reflexión sobre el caso de Italia, precisamente por sus rasgos tan marcados y caricaturescos, puede ser útil para identificar y comprender con más claridad los términos de los desafíos peligrosos y quizá mortales que todas las democracias, unas más otras menos, hoyo en un futuro próximo, tendrán que enfrentar.
Thomas
Hobbes escribió en 1651: "El poder de un hombre [...] viene determinado
por sus medios actuales para obtener algún bien futuro aparente. Y es original
o instrumental. El poder natural es la eminencia de las facultades corporales o
mentales, como extraordinaria fuerza, belleza, prudencia; artes, elocuencia,
liberalidad, nobleza. Son instrumentales los poderes que, adquiridos por los
anteriores o por la fortuna, constituyen medios e instrumentos para adquirir
más bienes: riquezas, reputación, amigos y aquel secreto obrar de los dioses
que los hombres llaman buena suerte. Porque la naturaleza del poder es en este
punto como la fama, creciente, según procede [...] El mayor de los poderes
humanos es el compuesto por los poderes de la mayoría de los hombres unificados
en una persona por consentimiento [...] tal como acontece con el poder de un
Estado. Igualmente pasa con el poder de una facción, o de diversas facciones
aliadas. En consecuencia, tener siervos es poder; tener amigos es poder. Por que
se trata de fuerzas unidas. También las riquezas [...] son poder porque
procuran amigos y siervos [...] La reputación de poder es poder, porque trae
con ella la adhesión de quienes necesitan protección."
La
lista de Hobbes continúa. Si quisiéramos actualizarla manteniendo el estilo de
este autor podríamos por ejemplo agregar: "Tener una empresa con muchas
ganancias aunque muy endeudada y con muchos empleados es poder porque
acrecienta las riquezas y al mismo tiempo constituye una potencial fuente de
amigos y de siervos; Tener el control de muchos canales televisivos es poder
porque hoy son los medios más eficaces para acrecentar la reputación de poder y
en consecuencia para aumentar el número de los amigos y de los siervos".
Cuanto más sofisticados y eficaces son los medios tanto más grande y peligroso
resulta el poder. También por esto el problema del poder y de sus formas en la
sociedad contemporánea se presenta mucho más complejo de lo que pudiera
aparecer a los ojos de Hobbes.
Yo
no creo que haya cambiado radicalmente la sustancia del poder. En todo caso
para orientarnos en la complejidad del problema es oportuno tener claras y
mantener firmes algunas distinciones conceptuales. Dos sobre todo: la primera
es la que funda la tipología del poder social derivada de la definición
weberiana de poder político como poder coactivo por excelencia: esa tipología
distingue entonces el poder político detentador de los medios de
coacción es decir del monopolio de la fuerza; el poder económico, basado en la
posesión de bienes y de medios de producción; el poder ideológico o cultural,
basado en el control de las ideas y de los conocimientos, así como en los
medios de información y persuasión. La segunda distinción es la que atañe al
poder político en su especificidad y en su articulación interna. Ella
diferencia las funciones que normalmente son consideradas como aspectos o
dimensiones principales del poder político en su conjunto, o sea -de acuerdo
con la formulación más tradicional, la .de Montesquieu- , el Poder Legislativo,
el Ejecutivo y el Judicial.
De suyo, a las distinciones sobre el plano conceptual no necesariamente corresponden distinciones o separaciones efectivas en el plano de la realidad social. Por una parte, la historia muestra una amplia gama de formas de colusión o confusión entre los diferentes poderes sociales, o en otras palabras, entre: 1) el mando político de un Estado o de un grupo detentador de los medios de coacción (del monopolio de la fuerza); 2) la autoridad cultural de una iglesia o de un grupo intelectual depositario del saber y del control sobre la transmisión de ideas y valores, y 3) finalmente, el dominio económico de una clase o de un grupo. Baste recordar las muchas alianzas entre el trono y el altar, o los muchos gobiernos políticos que han sido verdaderamente juntas de administración de potentados económicos. Quizá más escasas en la historia son las formas de aquella mezcla, que se oye monstruosa sólo de pronunciarla, que es la propiedad económica de los medios de control sobre las conciencias. Por otra parte, en el nivel específico de las articulaciones internas del poder político es preciso recordar que la doctrina de la división y separación entre los poderes del Estado se afirmó solamente en los siglos más recientes, y no sin dificultad, combatiendo tanto la doctrina como la práctica de la concentración de poderes típica del absolutismo, y que incluso después de su afirmación ha sido recurrentemente desafiada por las doctrinas y las prácticas de diversas formas de poder autoritario y totalitario.
Justamente
por eso no debe pasarse por alto la importancia de que a las dos distinciones
que hemos señalado aquí corresponden separaciones efectivas en la realidad
social. Por una parte, en el plano general del sistema social en su 16 conjunto
la división del poder político frente al poder económico y al poder
ideológico-cultural, o en otras palabras, la correspondiente articulación de la
vida social en esferas distintas y relativamente autónomas, es la que funda el
Estado representativo moderno como tal, más allá de las diversas formas que
puede asumir: en términos simples, dicha distinción coincide con la moderna
separación entre el Estado y la sociedad, o entre la esfera de lo público y la
de lo privado. El Estado representativo moderno nació justamente del
distanciamiento entre los intereses privados o particulares y el interés
público o general, lo que ha sido definido como la mediación representativa.
Más explícitamente, nació de la superación de una doble confusión: aquella
entre soberanía y verdad, que caracterizaba al Estado confesional, en que el
poder político se fusionaba y confundía con el poder cultural (religioso), y
aquella entre soberanía y propiedad, que distinguía al Estado patrimonial, en
que el gobernante es también el propietario de los medios de administración.
Por
otra parte, en el plano específico del poder político la división de poderes
del Estado es la estructura básica de aquella forma perfeccionada de Estado
moderno que es el Estado constitucional, en el sentido más estricto que se le
pueda atribuir a este término desde la "Declaración de los Derechos del
Hombre de 1789": la institución de órganos de poder
diferentes es. el corazón de aquel sistema de frenos y contrapesos creado por
las constituciones modernas como remedio al abuso del poder político de parte
de quienes lo detentan.
Además, ambas distinciones -aquella entre los tres poderes sociales y aquella interna al poder político- son esenciales para esa forma todavía más perfeccionada de Estado constitucional, que es el Estado democrático. Por una parte, la confusión y concentración de los medios de poder económico y de poder cultural en las mismas manos de quien detenta el poder político configura una situación en la que la libertad democrática del ciudadano –es decir, el ejercicio de una selección política como fruto de un juicio autónomo y responsable que se forma en condiciones de no impedimento y no constricción material y moral- se vuelve extremadamente vulnerable o se disuelve en la apariencia. Por otra parte, la división de poderes constitucionales es un mecanismo creado en primer lugar para tutelar las libertades fundamentales del individuo, como la libertad personal, la de pensamiento y de expresión, la de reunión y de asociación, que son las precondiciones indispensables de la democracia.
Fenómenos
relevantes del mundo contemporáneo (no solamente en Italia) parecen poner en
discusión, si no incluso dañar o, más aún, borrar la distinción de los poderes
en ambos planos, el generalmente social y el político-institucional de manera
específica.
Por
una parte, la difusión de formas nuevas de colusión o confusión entre soberanía
y propiedad, entre poder político y poder económico, entre relaciones públicas
y relaciones privadas -típicas entre éstas las formas del clientelismo, para no
decir más acerca del tejido entre corrupción y extorsión erigido como sistema-
indujo a los estudiosos a elaborar un modelo teórico para comprender la
realidad político-social contemporánea, llamado modelo neopatrimonial; pero
esta especie de confusión ha ido asumiendo formas inéditas, ampliamente
inesperadas y en algunos casos asombrosas, hasta la sobreposición manifiesta de
las dos esferas, la económica y la política, y la identificación personal de
los poderes correspondientes. Aún más inédito, y por eso hasta ahora no
estudiado en su naturaleza y en sus consecuencias, es el caso de la confusión
entre el poder político y un poder económico que coincide materialmente con el
control de relevantes medios de información y de persuasión, esto es, con una
forma de poder ideológico. Por otra parte, las difusas tendencias del
desarrollo político contemporáneo (una vez más no sólo en Italia) hacia
configuraciones institucionales caracterizadas por un reforzamiento del Poder
Ejecutivo que converge con las tendencias hacia la personalización de la
confrontación política y de la gestión del poder y con la búsqueda de formas de
consenso plebiscitario, parecen en algunos casos amenazar directamente los
principios inspiradores de la división constitucional de poderes (y poner en
duda su misma validez): hablo del principio de legalidad, es decir, de la
distinción y subordinación de la función ejecutiva y de la judicial a la
función legislativa, y del principio de imparcialidad, o sea, de la separación
e independencia del órgano judicial frente al ejecutivo.
Hasta
aquí he hablado por separado de las dos confusiones de poder, analizándolas,
por decirlo así, paralelamente: la que está en el nivel generalmente social y
la que está en el plano específicamente político-institucional. Pero más allá
de este paralelismo en el análisis, no es difícil comprender que en la realidad
social la tendencia hacia una de las dos confusiones puede alimentar la
inclinación hacia la otra: de una parte, un poder político no dividido sino
concentrado, en el que las funciones legislativa y judicial resulten
subordinadas a la ejecutiva, ese poder político, para sostenerse y perpetuarse
a sí mismo, deberá recurrir a fábricas mediáticas del consenso de masas ya
ingentes medios de poder económico; de otra parte, un poder social concentrado,
al mismo tiempo económico e ideológico, financiero y de comunicación, el cual
aspire a conquistar también el poder político, apuntará luego a eliminar
límites, frenos y contrapesos institucionales a su acción.
En el caso en que las dos confusiones de poder se sobrepongan y se confundan a su vez en un único y monstruoso fenómeno político social, el camino está abierto para un proceso de disolución de la democracia: un proceso disfrazado por apariencias democráticas, en cuanto está sostenido por un consenso plebiscitario o, en todo caso, por un consenso tan difundido como ampliamente expuesto a la manipulación. Por eso, este proceso podría conducir a una especie de salto mortal, una autorreversión de la democracia, una puesta al revés de la misma hecha de manera consensual. ¿Entonces, vamos hacia una democracia puesta de cabeza? Corremos el riesgo de que tenga razón quien continúa afirmando sin pudor desde hace muchos meses en Italia que la democracia allí ya se invirtió? Sí, acaso, desafortunadamente tiene razón: pero tiene razón "al revés", porque quien ha revertido la democracia es justamente él.
Hablo
de democracia vuelta al revés no en un sentido metafórico y retórico sino en un
sentido técnico bien preciso, referido a la inversión del flujo ascendente del
poder que caracteriza a la democracia por definición. Como nos lo ha enseñado
Kelsen de la manera más clara y lineal, un proceso decisional político
indirecto, en diversos grados, como lo es de manera evidente el de las
sociedades complejas, puede ser recorrido en dos direcciones: de arriba hacia
abajo o de abajo hacia arriba. En el lenguaje de Kelsen, la autocracia se
identifica con el proceso descendente: el principio está en el vértice, en el
poder del autócrata que se impone, y que mediante un sistema de nóminas y de
investiduras desde lo alto procede hasta la base, o sea, al nivel de los
súbditos carentes de cualquier poder y derecho; la democracia representativa
moderna se identifica con el proceso ascendente: el principio está en la base,
en las muchas voluntades de los individuos concebidos como sujetos de
decisiones autónomas, y mediante un sistema de selecciones desde abajo, de
elecciones, procede hasta el vértice, es decir, hasta los órganos habilitados
para tomar las decisiones colectivas, órganos cuya composición resulta del
cálculo de las decisiones individuales manifestadas principalmente en el
momento de las elecciones políticas generales.
La
garantía del apego entre las decisiones iniciales de los individuos -o sea, las
orientaciones políticas manifestadas por los electores- y las decisiones
colectivas finales, tomadas por los elegidos, debería ser la repetición
periódica de las elecciones, la cual implica la posibilidad de la revocación de
los elegidos. Según la definición de Karl Popper, la democracia es el régimen
en el que es posible deshacerse pacíficamente de los gobernantes. Pero si nos
limitamos a esta definición, el apego entre la voluntad de los ciudadanos, es
decir, del país real, y aquella traducida en decisiones obligatorias por parte
de los elegidos, o sea, por parte del país legal, podría no ser alcanzado
jamás. Podríamos no encontrar jamás una clase política y de gobierno
satisfactoria. Sin embargo, si en toda ocasión fuésemos inducidos a revocar a
los gobernantes, la democracia se transformaría en una especie de etercie de
eterna y frustrante carrera hacia sí misma. En realidad se puede pensar que
muchas recientes desilusiones de la democracia tienen su raíz en la misma
naturaleza indirecta del proceso decisional político: a lo largo de la
trayectoria de este proceso, las orientaciones políticas de los ciudadanos
pueden perderse, o ser mal representadas.
En
primer lugar, los múltiples planos intermedios que se insertan entre la base y
el vértice, como grados del proceso decisional ascendente que caracteriza a la
democracia, son ocupados por organizaciones formales e informales (partidos,
movimientos, grupos de presión, grupúsculos de diversa naturaleza) cuyos
miembros son, con respecto al ciudadano común, más cercanos al momento
culminante de la decisión política, y por eso están en posibilidad de influir
mayormente en su contenido. Como diría Orwell: todos los ciudadanos son
iguales, pero algunos son más iguales que otros. En segundo lugar, y por
consecuencia, al remontar los diversos planos la orientación política de la
base, la cual resulta de las decisiones iniciales de los ciudadanos electores,
puede ser desviada o distorsionada, y todo el recorrido decisional puede
cambiar de dirección: esto sucede cuando las organizaciones intermedias
adquieren fuerza y se vuelven lugares de poder más o menos discrecional. En tal
caso, el proceso de decisión política sí permanece en su forma ascendente, pero
ya no sigue en línea recta la ruta indicada por los ciudadanos, y llega por
tanto a resultados finales más o menos distantes de sus intenciones.
Así,
las esperanzas manifestadas por los electores con la adhesión a este o aquel
partido o programa político pueden ser sistemáticamente defraudadas. Todo esto
ha sido ampliamente verificado por las experiencias políticas más recientes de
la llamada partidocracia, y de allí nacieron los intentos para "restituir
el cetro al príncipe" (este es el título de un conocido ensayo de
Gianfranco Pasquino), es decir, para devolverle el poder al pueblo soberano, o
mejor dicho, a los ciudadanos electores. Pero, ¿de qué manera?
En las sociedades complejas, el proceso decisional político también es necesariamente complejo y no podemos cultivar la ilusión de mejorar su calidad democrática simplificándolo, vale decir, haciéndolo directo o menos indirecto. Se corre el riesgo de obtener el resultado contrario. Esa caricatura grotesca de la democracia que resulta en Italia del periódico diluvio de referéndum y de la cotidiana tempestad electrónica de sondeos televisivos debería advertirnos acerca del peligro (recientemente le l puse a un seminario que se verificó en Turín el siguiente título: " ¿Democracia directa o dirigida?, ¿y por quién?"). Para mejorar la calidad democrática de un proceso decisional complejo es preciso, en todo caso, hacerlo más complejo agregándole varios mecanismos correctivos, de control y de garantía. Tales mecanismos deben ser orientados sobre todo a proteger el proceso democrático del asalto de los .'poderes salvajes", como los llama Luigi Ferraioli: son los poderes que crecen en la sociedad (in)civil por acumulación y concentración de medios de diverso tipo (como nos enseña Hobbes); poderes, entonces, carentes de todo freno y límite constitucional. En efecto, en el caso de que ciertos organismos, movimientos o asociaciones -como la llamada Forza Italia, el partido de Berlusconi- logren concentrar en sus manos enormes medios de poder social, económico e ideológico, y gracias a la concentración de estos medios asciendan, con éxito, en la escala política, eventualmente incluso para alterar la separación institucional de los poderes del Estado, y de esa manera lograr el más alto grado de confusión de poderes, esos organismos pueden trastocar el recorrido ascendente del proceso decisional revirtiendo su carácter democrático y transformándolo en un proceso autocrático. En la medida en que en el vértice se produzca una gran concentración y confusión de poderes, se vaciará completamente de significado la fórmula procedimental democrática según la cual el elector selecciona al elegido: al contrario, será el elegido quien seleccione, o mejor dicho produzca, a su elector. Dicho de otro modo: la elección corre el riesgo de volverse un simple rito de legitimación exterior. El ciudadano elector ya no es el principio del proceso decisional; este proceso en realidad tiene un punto de partida diferente, que se encuentra en el poder de quien tiene medios preponderantes para hacerse elegir y reelegir indefinidamente. Todo el proceso muestra un primera y decisiva etapa descendente, esto es, autocrática: incluso si el proceso político se remonta luego de la base al vértice, o sea, de las (pseudo) decisiones de los ciudadanos electores a las decisiones colectivas finales, el juego democrático resulta ya falseado. De hecho, vuelto de cabeza.
Un
intento de trastocamiento como éste se halla en acto en Italia desde hace dos
años. He hablado de reversión consensual o incluso de autorreversión, porque no
se trata de un ataque al régimen democrático lanzado desde el exterior de la
democracia, es decir, por parte de movimientos explícitamente antidemocráticos
en los medios y en los fines (hay más: uno de esos movimientos, el ex partido
neofascista ahora llamado Alianza Nacional, hizo la finta de negar sus propias
raíces antidemocráticas precisamente para poder participar en el intento que se
está llevando a cabo).
Este
intento se dirige, en cambio, a los mismos sujetos de la democracia, o sea, los
ciudadanos y la opinión pública, y se infiltra en las sedes y los canales del
proceso democrático, es decir, las instituciones y las elecciones. Más aún, se
trata de una tentativa de revertir la democracia haciendo creer precisamente
que se le está enderezando, y de inducir a los ciudadanos a volverse de nuevo
súbditos haciéndoles creer que están reconquistando la dignidad de soberanos y,
por ello, manteniendo las apariencias más vistosas de la democracia.
Apariencias engañosas. Viene a la mente la manera en que Rousseau describe el
engaño perpetrado por los ricos en perjuicio de los pobres, el contrato social
tramposo que hace nacer la constitución de la sociedad inigualitaria: "y
todos corrieron al encuentro de sus cadenas creyendo asegurar la libertad".
Es difícil medir la probabilidad de éxito de este intento. La situación ahora es poco clara y muy inestable. En todo caso, a mi parecer esa probabilidad es demasiado alta, incluso intolerable: ella radica, por un lado, en la difundida incultura democrática; más aún, en el analfabetismo político en el que se ha precipitado, por culpa de muchos, o ha sido mantenido un gran número de ciudadanos; por otro lado, en la habilidad burdamente eficaz, o eficazmente burda, para usar colosales medios de información con propósitos de deformación, y para orientar con ilusiones ópticas (teleópticas) los procesos de formación de las opiniones y de las selecciones políticas.
No
quiero jugar sólo el papel apocalíptico de Cassandra. Por ello, como inicié con
un clásico, también para concluir llamo en mi auxilio a otro clásico. Hace un
siglo y medio, Tocqueville escribió: "Quiero imaginar bajo qué rasgos
nuevos el despotismo podría darse a conocer en el mundo. Veo (dice Tocqueville
como si contemplara en una esfera de cristal nuestro futuro) una multitud
innumerable de hombres iguales y semejantes, que giran sin cesar sobre sí
mismos para procurarse placeres ruines y vulgares, con los que llenan su
alma." ¿No les parece que está hablando de los clientes de un súper?
Todavía peor: ¿no les parece que está hablando de todos nosotros como clientes
de un supermert:ado?; ¿y qué pasa en el caso en que la política y el Estado se
vuelven un súper? Pocas líneas más adelante Tocqueville continúa con las
siguientes palabras: "Sobre estos hombres se eleva un poder inmenso y
tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y de vigilar su suerte. Este
poder es absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno."
Aquí hay un pequeño problema de traducción. La palabra que el traductor al español presenta con el término "benigno", en el texto francés original es "doux", literalmente "dulce" o, con más apego al sentido, "suave y templado", como se diría de un clima agradable. EQ italiano solamente hay una palabra que expresa de la manera más apropiada el sentido: "mitezza". Se trata justamente de una palabra que suena suave. Bobbio escribió un elogio de la mitezza, es decir, de la actitud individual, social y política a la suavidad ya la moderación. Pero, ¿qué cosa tenemos que pensar de un poder absoluto suave?, ¿de un poder total templado?, ¿debemos pensar que en todo caso es menos malo que un despotismo feroz? , ¿pero es ésta la miserable alternativa que nos ofrecen? , ¿y si luego el despotismo suave fuese la antesala del feroz, su virtual caballo de Troya? Pero, incluso aunque no sucediese esto, la profecía de Tocqueville contiene una admonición moral y política que debemos tener bien presente: un despotismo "suave", "templado", "dulce", sólo puede tenerse en pie si los ciudadanos se han vuelto no sólo súbditos, sino también siervos contentos, idiotizados, narcotizados, esterilizados y aglomerados en la última encarnación de la masa. Una encarnación desencarnada, plana: la platea oceánica televisiva.